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Esta noche te volveré a ver

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La misma secuencia de palabras que mis dedos teclean me provoca el doble dilema de amarlo o escupirlo. Y es que, es difícil deshacerse de ellas porque empujan mi pensamiento una y otra vez. Quiero amarlas pero mi cansancio me lo impide.  Quiero odiarlas por el hecho de que apuñalan la libertad de mis sueños, que ya de por sí están encerrados en mi cabeza, cada noche. 20/10/18 Las flores de primavera se habían enredado en mi pelo. Dejaba un rastro de pétalos secos, pisados por los talones de la inseguridad. Me acercaba a un invierno sin chaqueta ni paraguas. Sentía la frialdad del pelo mojado en mi espalda, pero el sol ya no podía hacer nada por mí, se despedía una tarde más. No es cuestión de escribir versos bonitos que enferman con el tiempo,  sino que es un reclamo de calor, el calor de su cuerpo cuando me abraza, el calor de sus palabras dichas en mis oídos, el calor de su sonrisa cuando me despierto. Pero ésa realidad es tan lejana como la distancia en

La trilogía del yo.

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A través de un resquicio que las tablas de madera me regalaba,  entraba un rayo de luz que chocaba directamente contra mis ojos. Pero me sentía bien. Las correas, del sudor y del esfuerzo por soltarme, se habían aflojado mínimamente, por lo menos podía pronunciar un gruñido. Me temblaba el cuerpo, el frío no es una costumbre que se acoge con facilidad, pero entra inconscientemente mientras que el fuego recorría cada agujero irregular que presentaba mi piel.  La madera, ya podrida, se caía a pedazos, dejándome indefensa frente la luna; ella fue testigo del olor a podrido por la infección, que poco a poco salía de las heridas. Se podía escuchar como los huesos se solidificaban, el crecimiento de los músculos queriéndose unir, y la piel besándose, consternando a mi resistencia. A primera hora de la mañana, las correas se habían caído y ya estaba preparada para avanzar.

En proceso de regeneración.

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¿Aún sigue ahí?  Todavía creo en las posibilidades favorables a mi espíritu, desfavorables a mi persona. La mañana, aún oscura, no ha despertado todavía a mi instinto. Camino a ciegas por el sendero iluminado  por luciérnagas, que se asustan por el calor de mi aliento. La soledad me acompaña mientras cuento las hojas que caen y que parecen estáticas en un cuadro con un fondo amarillento claro.  El vaho empaña los cristales de las gafas, simulando la niebla que atenta contra mi seguridad.  ¿Pero qué es lo que veo?  Comienzo a correr hacia los brazos (¿y qué es lo que realmente es?) de un árbol partido, que me araña la cara con la corteza. Y es entonces cuando florece las espinas de mi ira, ensañándose con la corteza a base de mordiscos, hasta que la sangre dibuja pinceladas en las carne viva del árbol. ¿Aún sigue ahí? Me preguntaba siempre.  Después de haber dejado un bosque pelado y de haber duchado mi alma en agua oxigenada, la afirmación llegó a mi corazón. 

Ya no te veo

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Perdón por la tardanza, los pies no respondían, dormían más que mi mente estos días. ¿Y no será que de tanto correr en mis sueños incompletos ya eran incapaces de despertar? ¿Y por qué corría? No me acuerdo. Ahora que estoy aquí, abrázame fuerte porque siento que me desvanezco, siento que la piel se hunde hasta fusionarse al hueso, convirtiéndose finalmente en polvo, manchando los zapatos de terciopelo. Entonces recuérdame como la persona que fui, la que escuchaba canciones y silbidos que traspasaban las barreras del espacio, la que miraba su propio reflejo en los ojos ajenos, y la que quiso que en sus ojos se reflejara la persona que admiraba.  ¿Y qué quedará de mi cuando el viento llegue? ¿Y qué será de ti cuando eso ocurra? - El silbido de mi respiración atascado en tu mirada.

Bésate los labios

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La luz de la lámpara mengua cada vez que la enciendo. En la habitación aparecen nubarrones amarillentos que mis ojos difícilmente pueden adaptarse a ellos, o es la sombra del sol que se instala en mis pupilas.  Y el miedo me corroe.  El viento susurra el peligro de los secretos llegados a mis oídos, susurra nombres que me calan los huesos, y no es el frío quien me castiga por las noches cuando duermo sin calcetines, sino el escalofrío del mal presentimiento que sacude mi cabeza obligándome a apretar los dientes. El último éxtasis que se dice, la absorbes cuando me besas. Pero me sabes a amargura.  ¿Y acaso no te contagio?  Deseo que puedas mirar por mí. Deseo que puedas escuchar por mí. Deseo que puedas saborear por mí. Deseo que puedas sentir por mí. Todo aquello que tu muestras el primer día, y lo que ocultas los demás días. La habitación tenue encierra los secretos revelados en mis oídos y no dichos. El eclipse castiga definitivamente a mi vista. (¿Y ahora qué

Bésame las manos.

¿Qué es este frío que calienta al aliento cuando soplo moscas invisibles?  Fumo nubes bajas cuando no me da el dinero para cigarros.  Siento que me mareo cuando me río a carcajadas y pienso: "es una bonita forma de morir ahogada". Aprieto las manos sintiendo el poder de tocar la felicidad sin los dedos pero sí con el estómago.  Y salto, salto muy alto.  Y sonrío, tanto que me duele los mofletes.  Y hablo, menos de lo que me trabo.  Es entonces cuando sin darme cuenta tiro todos los cuadros de la casa, ¿pero a quién le importa? El éxtasis flota en mi pecho.  Pero poco a poco se derrite como un hielo en una sopa.  Mientras tanto, te contagio las ganas de vivir un poco más. 

Bésame los párpados.

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Suspiro pensamientos y expulso pesares. Mis pulmones, cargados de frustración atormentada, a medida que respiraba empujaban y desplazaban las costillas, aguijoneando la fina piel desde dentro, sobresaliendo al fin, floreciendo rosas rojas en sus bases; en ellas se posaban pájaros que picoteaban la carne del hueso. Las abejas, atraídas por el aroma de las rosas, bebían hasta llenarse los estómagos, cayendo así al suelo por sobredosis.  Hormigas hambrientas buscaban cobijo en mi tripa; enganchaban sus pequeños dientes contra los gusanos que nacían cada vez que yo perdía un grado de calor. Algunos valientes caídos en la batalla se ahogaban en un mar de bilis y otros alcanzaban la columna vertebral, huyendo, hasta alcanzar mi nuca. A cada mordisco florecía una rosa y a cada segundo moría otra. Pero en mi subconsciente quedaba grabado el deslizamiento de los gusanos dentro de mis oídos, masticando mis pensamientos.

Me faltan días.

Son cosas sin importancia que no se cuentan pero que están ahí: Despierto pensando que el frío de la mañana se ha retrasado otro día más. Despierto con el sueño pegado en los párpados y el cansancio en los huesos. Despierto en las altas horas de la madrugada sudando estrés por la pesadilla que recorre la habitación de mi mente deprisa y aterradora. Despierto con la sensación de un beso invisible en los labios. Despierto a veces con el hambre rascando las paredes de mi estómago. Despierto con los dedos fríos fuera de la cama. Despierto con las ganas de empezar un nuevo día. Despierto a veces con la sensación de desorientación espacio-temporal. Despierto con el tiempo despidiéndose de mí.

Solía escuchar tus sonrisas.

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Tengo un nudo que cuanto más hablo más se aprieta y se endurece, y que me cuesta tragar. Entonces solo puedes escuchar un susurro que mi corazón me chiva a decir: El otro día fui por el camino más largo para llegar a casa, escuchaba música que me recordaba a ti. El tiempo era perfecto, corría una suave brisa, sintiéndome cómoda con la chaqueta. Y entonces me di cuenta la falta que me hacías, porque de unas calles vacías y otras ahogadas por la contaminación, dibujaba siluetas de nosotros con luces de neón corriendo, saltando, o solamente caminando, en un atardecer que se despedía de mí a medida que perdía el sentido del tiempo y del espacio. Y a veces me cabreaba conmigo misma cuando al dormir me quedaba inconsciente en mitad de un paisaje, de un recuerdo, de un hola sin un adiós.  Todo es una subida que baja con fuerza dejándote sin respiración cuando le da la gana. ¿Por qué me haces creer? 

¿Estoy de vuelta?

No se me ha quedado el habla en casa, ni durmiendo debajo de la cama cuando tiene miedo de decir la verdad que la garganta preparaba, con ácido y un poco de saliva para que fluyera mejor. (Pero lo peor no era contarlo sino escuchar la reacción (si la había) ).   Quiero que el viento me lleve y me despeine. Quiero que la lluvia atormente a mi piel un rato. Quiero que el sol seque el tiempo. En fin, quiero vivir.  Quiero sentir la ropa pegada a mi cuerpo y el pelo en la cara. Quiero sentir la tierra mojada. No quiero sentir que los mejores momentos desaparezcan con tan solo cerrar los ojos. No se me ha quedado el habla en casa (se había ido un poco de vacaciones).  (Y de mi boca no salía la crueldad de cada día (diciendo medias verdades) , sino que de mi propio estómago brotaba las carcajadas que se habían estado escondiendo). Y fue entonces cuando llegué a tocar la felicidad con las yemas de los dedos (por un momento) .

Espinas clavadas.

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Una bella rosa se escapaba de un poema de amor y tormento.  Escalaba, como una planta trepadora, por unas piernas inocentes, acompañadas por corazones puros que fueron corrompidos por un símbolo romántico y traidor, que se cernía sobre unas manos entrelazadas entre sí, atándolas, uniéndolas en un lazo de sangre eterno, que se adhería en las pieles, curándose entre sí, como si fueran el oxígeno, los pulmones y viceversa. El soplo de oxígeno se retuerce en los pulmones sanos, convirtiéndolo en dióxido de carbono, expulsándolo después mientras besaba sus tiernos labios. Era una cadena que no se podía romper. Y fue así como la rosa se tornaba a un rojo apagado, como la sangre seca, a medida que los pulmones se ahogaban. Ambos sintieron pánico. ¿Fueron las víctimas del Romanticismo, frustrándose su amor por la fuerza del sino?

Sin retorno.

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Después del largo trayecto en coche, la arena ya fresca me acompañó  hasta que la espuma del mar enjabonaba mis pies. Después de que me dejaras en casa con un poema que a mi corazón no le había sentado bien, metí los dedos en mi pecho, indagando, sintiendo los cristales rotos, impregnándolos después en un lienzo en blanco, intentando representar mi realidad. Ahora con la brisa de cara digo lo que ni el tiempo ni tu me permitisteis en ese momento porque me paralizó el pensamiento de que esta relación era terminal. Quiero que sepas que que no estoy ronca por tener lágrimas retenidas en la garganta sino porque en sus días te grité: ¡Te quiero! ¡Te quiero! Te quiero. Te quiero. Te quise. Ahora me despido con la arena escapándose de entre mis dedos como si fuera mi corazón.

Sueños poderosos sin fuerza.

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Llegado este punto admito que no sé qué voy a hacer. Debería haberme ido volando como un pájaro buscando el calor, sin embargo, yo te busco a ti. Si yo fuera capaz de transformarme en cualquier cosa, tendría la posibilidad de espiarte si fuera ese pájaro que está detrás de las cortinas, observando como te despiertas mientras te molesto con mi horroroso canto descompuesto. Y entonces me mirarías como si pudieras reconocerme, pero salgo volando. Si tu fueras capaz de transformarte en cualquier cosa, tendrías la posibilidad de colarte en mi ducha, observando como bailo al son de la música, haciendo playback ; pero en vez de escuchar como te ríes de mí, oiría tus quejidos cada vez que uso el champú.  Entonces dejémonos de jugar al escondite porque el deber me arrastra hacia su esclavitud.  No tendré tiempo para ti. No tendrás tiempo para mi. 

Días y noches. Todos iguales.

Me siento cansada, el calor carga contra mi cuerpo, retrasando sus movimientos y tampoco había aire fresco que facilitara el trayecto hacia mi casa, donde nadie me esperaba, excepto el sonido de las paredes crujiendo, del techo resquebrajándose por el interminable reguero de pasos de elefante, las caída de culo de: sillas, mesas, mesillas, sartenes, cacerolas, cucharas, cucharillas, tenedores, cuchillos, platos, vasos, estanterías, botes, botellas, botellines, armarios grandes, medianos y pequeños, monedas de un euro, de dos, de 50 céntimos, dientes, uñas, pelos, agua derramándose, pis salpicando fuera de la taza del váter, etc. Gritos haciéndose pasar por tonos de habla normales.  Me sobresalto cuando alguien me saluda desde la puerta de mi habitación.

💧🔥

Las horas no se perdían en el reloj que estaba a deshora. No eran ellas las que corrían en círculos a contra reloj. No les faltaba el aire y tampoco se sentían desorientadas. Y es que el tiempo no se toca pero se aprecia. Siento el frío en verano. Siento el calor en invierno. Siento el frescor en primavera. Siento el picor en otoño. Cierro los ojos siendo de día, y cuando los vuelvo a abrir me encuentro con el cielo llorando nieve en junio en plena noche. ¿Y entonces para qué soñar? Un anticiclón mantiene la calma, una borrasca arrastra. Pero el espacio no se mueve, se transforma. Pero la tormenta aparece cuando estábamos en calma, arrastrando cuerpos quemados por la lluvia hirviendo en pleno diciembre.

Dime cómo se siente.

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¿Qué se debe hacer en el caso de que se pierda la cabeza? Los ojos miran y se tornan. Una pared gris es lo único que le hace frente, siente la brisa de la mañana, el pelo le hace cosquillas pero es incapaz de rascarse; tiene sueño pero le retiene despierto los pinchados enviados por señal a través del sistema nervioso, siente la tierra mojada en los pies, espinas mordiendo carne.  ¿Qué haría el cuerpo sin él sino dar tumbos por donde le da la gana? Pero quiere que vuelva, porque sin él no es nada. Sin embargo, no le puede escuchar, el cantar de los pajarillos se cuela en sus oídos irritándose.   Olía a flores. Una sombra se alarga sobre la pared gris inmaculada, en ella se refleja un cuerpo sin cabeza.  Es colocado sobre los hombros, pero no reconoce al cuerpo, mirándose a sí mismo atisba una rosa enredada en la mano. Escucha sus propios pasos acercándose a él, y al darse la vuelta es cuando verdaderamente pierde la cabeza.  El corazón late a mil por hora. La

Sol y sombra

A lo lejos se ve el haz de luz que corta el espacio grisáceo, siento que me llama como a una polilla. Busco el color porque mi corazón solo transmite frío a mi cuerpo, la blancura de mi piel solo colabora con la escena en blanco y negro, que no cambia, que no se mueve. Pero ahí está mi portal, esperándome para así poder viajar en el tiempo porque me quedé atrapada pensando en palabras de despedida del pasado.

Y entonces...

Quiero escuchar la lluvia cayendo sobre mis pies, sentir la frescura,  nada más. ¿Dónde está la tormenta que antes atronaba en mi cabeza? ¿Dónde está el viento que antes me robaba el aliento? Ahora la calma se sienta a mi lado, elevándome hacia las alturas de mi paraíso. ¿Dónde está?
Quiero correr hacia la blancura de la nada. Tocar el aire, llenar las bolsas. Sentir la suavidad de las flores acariciando mi rostro. Y olvidar. Siempre.

¿Te suena?

Después de haber vivido un sueño, tan profundo como un lago que oculta un secreto, despertó teniendo las mismas vistas que cuando cayó inconsciente: un enorme cielo; las estrellas se habían ocultado en la claridad del día.  No quería moverse porque aún su cuerpo no se había despertado, las heridas hacían el esfuerzo por subsanar las aberturas que habían sido propiciadas tan violentamente. Pero,¿por qué seguía respirando cuando sus pulmones se estaban ahogando? ¿Por qué su corazón seguía latiendo cuando cada vez escuchaba más lentamente sus latidos, quedándose inmóvil? Después de haber sobrevivido debería tener las ganas de enmendar este remordimiento que colgaba en su pecho como una medalla. Sin embargo, debía hacerlo con el pesar de haber perdido a su amor, porque la muerte tampoco se había llevado los recuerdos consigo.

Polvo de estrellas

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Hey, estaba pensando sobre las estrellas fugaces. Era una luz que podía ver incluso con los ojos cerrados. Mi mente estaba ardiendo en un mar de pensamientos que estaban nadando, ahogándose hasta el fondo de mi estómago. ¿Qué eres tú? Me imaginaba bailando frente a la cama, cayendo sobre ella, soñando. No sentía nada a parte de libertad. ¿Sabes qué es lo que quiero? El tiempo se para, nuestra respiración atrapada en los pulmones. Pero ni siquiera nos dimos cuenta de que estábamos paralizados por los sentimientos que nos unía. Pero, estamos corriendo en diferentes direcciones, separados uno del otro. ¿Puedes verlo? No se escucha el sonido de nuestras voces, el terrorífico eco de nuestros pasos cada vez más lejanos revolotea en mis oídos. Estaba ciega. Estaba pensando sobre las cosas que no pude decir, encajonadas en mi garganta.                                                        *** Hey, I was thinking about the falling stars, brighting. It was a light that I could

Pero aún no olvido que

Corría siguiendo a una cometa que volaba sin dueño. Cada vez subía más alto como un globo hinchado de helio. Mi cuerpo no podía estirarse lo suficiente como para alcanzar la cuerda, y es que parecía que huía de mí, volando en zigzag, riéndose de mí, alejándose más de mí.  Sentía cansancio, impotencia.  Sentía el aire caluroso pegándose a mi piel.  Sentía como la sangre se impulsaba con más ahínco desde el corazón hasta los dedos de los pies.  Aquel destello amarillo se había despedido de mí mucho antes de que yo me hubiera dado cuenta. Mi propio temor me lo había arrancado de la mano, ¿o se fue por sí solo? Sin darme cuenta mis pies se habían quedado clavados en el suelo, respiración agitada, ¿y qué más? El sonido de las olas rompiéndose a lo lejos acaparaba toda la atención de mis oídos. No hay nada más.

¿Dónde está?

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Apretó el mango con la fuerza suficiente como para fundirse en él, como el chocolate derritiéndose en la boca mientras la lengua nadaba entre almendras astilladas.  Con un golpe seco cortó el aire en dos, clavándose el hacha, mordiendo carne. Emergió de la tierra la suavidad del moho alimentado de la sangre derramada convertido en sudor que se extendía hasta donde los pies le permitían caminar.  Arrancó la flor que le salía por la boca, cayendo pétalos sobre los ojos, salpicando la piel de lombrices.  Su cuerpo, esculpido, agrietado. Sin brazos. Blancura, pureza, eternidad.  Podría decirse que tuvo fuerza de voluntad.  Y que la flaqueza desarmó las piezas del orden, coherencia y comprensión, encerrándose en un ensimismamiento donde la perfección era arte que nadie podía ver. A lo lejos (donde siempre estuvo), en una marea de árboles, arbustos, tierra seca y mojada, el moho se convertía en musgo, se extendía por su piel blanca, pura pero agrietada. El sol brillaba de nu

Dientes amarillos

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Al fondo de la boca del lobo un mar de destellos entrelazados se extiende más allá de la garganta, miles de dientes afilados muerden la carne asustada, retuercen los músculos, mastican los tendones, roen los huesos ensangrentados. Peor que el anterior. Frío.   Se ata la piel al cuello, cubriendo la ferocidad del hambre por el poder.  Aquel cuero que (una vez) envolvía a ese esqueleto despellejado, y que con el tiempo se había ido desgastando, vistiendo la desnudez, tapando las voces que se retorcían entre las costillas, trepando por la columna vertebral hasta asentarse en la cabeza hueca.  Castañeteaban los dientes, movidos por le viento. Sin embargo, no le tiemblan las rodillas, ya no. Ahora se sienta en el trono compuesto por lenguas cortadas, embalsamadas en miedo. Tiene los mismos ojos cegados por la codicia, que una vez ansiaban ver cerrada la brecha.  Frío.

En nuestra contra.

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Cántame mientras aún te quede voz en las cuerdas. Acaríciame mientras aún tengas sensibilidad en las palmas. Mírame mientras que las luz nos permita distinguirnos entre las sábanas. Porque mis huesos se están convirtiendo en polvo. Porque los granos de arena caen sin espera. Porque la ventisca se está cerniendo sobre la ventana.

09/03/18

El viento se llevaba las hojas que sepultaban a la primavera, ahora parece que los músculos se relajan después de meses encerrados en su propia jaula de piel y rejas. Consciencia despierta, los pinchazos de las agujetas se clavan hasta el hueso. ¿Pero eso qué importaba? El sol bañaba los rostros entristecidos, el ánimo cambiaba, las ganas de correr saltaban sobre los corazones desbocados. Ansias de libertad. Aspiraciones que llenaban con gracia los pulmones, alimentando las fuerzas. Sintiendo el aire sin tocarlo, atrapando el agua, exprimiendo la tierra entre las manos agarrotadas.  ¿Hasta cuándo?

Restos

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Una llamada. Nadie contesta. Una llama frágil que baila sobre la punta de un alfiler en medio de un lago de cenizas encharcadas, silenciosa y débil. La pequeña luz crea una película de sombras chinescas, afilando su perfil de la cara, agravando las ojeras, quemando sus largas y curvas pestañas.  No me mira.  No me mira.  La vida manipula los hilos de un cuerpo sin alma.  El calor se siente lejano, su respiración paraliza mi cuerpo. Puedo ver a través del océano de sus ojos la tormenta y la nada. No me mira. Una llama que derrite la cera, cayendo sobre su piel. Le quema, pero dejó de sentir el calor hace mucho tiempo.

Dame fuerzas.

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Los pensamientos correteaban por mi cabeza como niños jugando sin miedo. Flotando en mi idealismo, soñé que nos uniríamos como uña y carne. Me aterraba aterrizar en tierra firme sin el paracaídas, la inseguridad me mataba antes de preguntar. Mi corazón no resistiría a esta caída libre, la gravedad de la realidad me empujaría a caer más bajo. Quiero creer que estarás ahí cuando me arrepienta de haber dicho que no funcionaría esto. De no haber confiado en ti. Quiero creer que volverás a entregarme tu corazón, rascando la carne despellejada, protegiendo el idealismo creado en mi cabeza. Volviéndolo realidad. Corrí siguiendo las pisadas en el barro que dejaste atrás. Cuanto más respiro más me ahogo. Toso tu nombre pero no escucho respuesta, el eco del aullido de un lobo rellena este vacío en el pecho. La rabia, la impotencia, por no entenderte, florecían sin poderlas arrancar de cuajo como la mala hierba. Sin dormir te buscaba despierto en sueños flotantes que e

Pensé que te habías ido.

Uñas mordidas, respiración que se acelera, presión que empuja a la paciencia entre la espada y la pared.  Solo era mis ansias de libertad que muerde cuando el lazo corta la piel,  (la piel de mi cuello) y duerme, duerme cuando la inconsciencia  me droga, y vive, vive cuando aspiro el aroma  de la felicidad equívoca.

El eco de mi voz.

Derramo las ansias de cantar más alto. Me carraspea la voz al susurrar deseos de amor y compasión; el silencio tapona mis oídos desesperados por escuchar esa canción que ahora me parece lejana, irreconocible. ¿Por qué siento como si hubiese perdido antes de haber empezado? Las gotas de lluvia retumban en mi cabeza produciendo eco, el frío recorre cada parte de mi ser como una garra. Derramo el calor por los poros de la piel envasada al vacío. Me tiembla la voz al murmurar deseos de sol y ropa seca. ¿De qué tengo miedo? Los nubarrones negros me sacan de quicio, esta maldita capa de impotencia aprisiona las ganas de gritar, araño el pecho con los nudillos blancos llenos de frustración contenida, convertida en ira. Recojo las fuerzas desperdigadas entre colillas ahogadas. Aspiro fuerzas. Óyeme cantar alto.

Aterrizando sin cinturón.

Estoy cayendo escaleras abajo, siento los golpes pero no el dolor. En cada escalón dejo un pesar y una costilla rota. En el suelo, salpicado de raspaduras de piel y sangre, descansa mi cuerpo en una postura indescriptible. Mi cabeza está llena: De nubes que van y vienen, De viento que despeina y azota, De agua que cae e hidrata, De fuego que hierve y explota. [Derramándose]

Confesiones que apetecen.

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Esta obsesión reblandece el pan duro que abrazaba el olvido en algún recoveco de mi memoria frágil.  Poco a poco se había regenerado otra capa en el corazón, y poco a poco volvía a bombear frenéticamente, poniendo a prueba la resistencia de las costuras pegadas con celo. Es como si ya hubiera vivido esto antes. El sabor dulce de su boca aún pica en las muelas, suspiro palabras que no se dejan vencer ante el escepticismo. Echaba de menos esta sensación de complementación. Sin embargo, notaba como la ilusión se condensaba en mi pecho, llorando por no ser correspondido.