Bésate los labios

La luz de la lámpara mengua cada vez que la enciendo. En la habitación aparecen nubarrones amarillentos que mis ojos difícilmente pueden adaptarse a ellos, o es la sombra del sol que se instala en mis pupilas. 
Y el miedo me corroe. 
El viento susurra el peligro de los secretos llegados a mis oídos, susurra nombres que me calan los huesos, y no es el frío quien me castiga por las noches cuando duermo sin calcetines, sino el escalofrío del mal presentimiento que sacude mi cabeza obligándome a apretar los dientes.
El último éxtasis que se dice, la absorbes cuando me besas. Pero me sabes a amargura. 
¿Y acaso no te contagio? 
Deseo que puedas mirar por mí.
Deseo que puedas escuchar por mí.
Deseo que puedas saborear por mí.
Deseo que puedas sentir por mí.
Todo aquello que tu muestras el primer día, y lo que ocultas los demás días.

La habitación tenue encierra los secretos revelados en mis oídos y no dichos. El eclipse castiga definitivamente a mi vista. (¿Y ahora qué?)

Lo único que escucho son los gusanos deslizándose por mis oídos.

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