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Mostrando entradas de diciembre, 2016

Habrá solución.

Ahora lo tengo presente. Más que nunca. La Ley de la Gravedad también tiene efecto sobre mis sueños hechos jirones en el suelo. Los había dado de sí, tanto que podía palpar la realidad de aquellas visiones inverosímiles. Sí, tenía razón. Tanta lectura me ha servido para olvidarme y reencontrarme con mi verdadero yo: aquel que sigue intentando respirar por encima de los demás que intentan interponerse en mi cabeza. Lucho y lucho. Un personaje muere entre mis costillas (tenía fe en que sobreviviría). La muerte llega hasta los nombres derramados en tinta portadores de vidas, de cuerpos y miles historias. Hoy, una vez más, he contado la mía.

Lo hecho, hecho está.

Quiero deshacerme de esta manta tormentosa que calienta mis entrañas, solo hace que el intenso dolor pinche más que una afilada daga. El sabor de frutos del bosque no desaparece. Era veneno.  Ah... esa puñalada en la espalda tan simbólica.. La muerte avanza pero no mis ganas de acabar con ella. Triste. 

Un "lo siento" tardío.

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Me despediré. No para siempre. Supongo. Respirar, respirar es lo que me da vida. Supongo. Ahora mismo el agua sobrecarga la capacidad de mi estómago, rellenándose como un pavo. Mis pulmones luchan, y duele perder. Perder la respiración. Esta situación tiene que acabarse, tengo que hacerme el boca a boca con mi propia mano, expulsar lo tóxico que había emborrachado a mis creencias. ¿Lo ves más claro? Supongo que no. Yo tampoco. Exijo anestesia para extirparme este pavor que no consuela a mi piel. 

Domingo.

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Al encontrarme con la ventana abierta, un murmullo lejano captó mi atención: una vibración recorría mi piel, era el buen ritmo de los redobles exigiendo ser escuchados. Mis pasos me llevaron hacia ellos; el escenario era tan cutre como el público quien se atrevía a seguir la letra que cantaba a pleno pulmón el cabecilla de aquella rebelión. Me preguntaba hasta qué punto podía resistir su voz, y hasta qué punto podía aguantar mi estómago, sentía el sufrimiento a cada sílaba que soltaba entre sus dientes alimentados de ira.   Y sin embargo su voz distorsionada me embriagaba.  La policía nos rodeó con los coche patrulla y a través de un megáfono que no se dejaba oír por el aumento del volumen que habíamos protagonizado. Nos habíamos manifestado.  A cada grito me faltaba el aire, me faltaba la voz que los demás habían recogido por mí. Pude alcanzar a ver a personas en los balcones observando la escena curiosos.  Lo último que recuerdo son sus rodillas hincadas terminando el verso en: &quo
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Supongo que el frío no me ha helado la sangre, y que la cordura aún queda arremetida entre las uñas sin carne. Pero una luz tenue me suplica que la siga como una tonta sin lupa. Y un día especialmente normal los petardos explotaban en nuestros oídos y la gente nos tragaba. A oscuras, atravesando un túnel, aún brillaba esa llave dorada. Madrid, 08/12

07/12/16 ó 00/00/00

Los días pasaban como si el tiempo se derramara; gota a gota revivía la rutina perpetua, el mismo sabor insípido lamía mi lengua refrescando el habla perdida por el desuso. En cambio la memoria relucía dolorida. Los colores monótonos azulados y negruzcos creaban un mundo lleno de luces y sombras, de esperanza y arrepentimiento. Parece como si hubieran pasado siglos desde mi último trato con humanos. Una puerta se cerraba, blanca como la pureza engañosa. Una sabiduría que solo los folios dedicarían su atención, y unos ojos cansados de escuchar el mismo relato con distintas palabras.  Necesito vacaciones.