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Mostrando entradas de diciembre, 2017

Buscamos encontrarnos.

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Soplo el polvo de mi boca, la lengua seca lame los dientes, nadando bajo el paladar. Mis pulmones están quemados, tragando el humo de sus labios escurridizos. Siento como el calor abrasa la garganta con resentimiento, cayendo como una roca al fondo del estómago. Quiero huir del temor, pero sus ojos siguen persiguiéndome, acariciando mi piel, tratando de consolar este impulso nervioso que la desconfianza azota detrás de mis orejas. Un zumbido constante se instala dentro de mi cabeza, siento como una avispa muerde la cordura, arrinconándola en una esquina contra las cuerdas. Quiero pensar que elegí el camino correcto. Después de habernos encontrado por primera vez, relajé los hombros, incluso bajé la guardia al escuchar palabras que calmaban a este pobre corazón humano. Yo también necesito amor , me decía a mi misma. Su mandíbula se tensaba, su voz se distorsionaba en un chirrido de dientes, alargando su mano hacia mí, uniéndonos en un beso, saboreando la desespe

Modo en silencio

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Dedos rígidos, afligidos, intentado salvar el agua de la inminente caída hacia los pies ya encharcados. En cámara rápida: el cuerpo deformado levantaba motas de suciedad antes de su impacto; se esparció como el rumor, y se secó como las hojas en otoño.  La bella mañana del domingo iluminó la piel ensombrecida, provocando un intenso pinchazo en las pupilas aún dilatadas, el enrojecimiento se extendía desde los ojos hasta las puntas de las orejas.  El vómito amenazaba con escaparse junto con la alegría.

Pérdida en el desierto.

A medio desfallecer, la sensación que desprende el agua, cayendo como una cascada por el esófago, es gratificante. El desierto había nublado la vista con polvo de arena, provocando una sofocación en los pulmones y una entrada de pánico ante la visión continuada de un mismo plano infinito. Los pasos dados anteriormente habían sido engullidos como la vida en este odioso paraje. La piel en carne viva a punto de resecarse, se estaba cocinando como pollo a la sartén; los buitres se asoman por la duna y parece que llueve, o simplemente es su saliva alimentando hambre. Ya siente como le picotean los huesos blancos.  Vaya debilidad ataca su cuerpo a punto de desmayarse, pero no quiere rendirse. Las lágrimas de la desesperación hidratan las mejillas en polvo. A lo lejos ve un oasis, o es otra de sus simples alucinaciones.

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El calor se escapa de los músculos contraídos, besa delicadamente la suave piel amoratada como si se fuera a romper más de la cuenta. Duerme con los puños cerrados pero débiles, sueña con el dulce sabor de una rodaja de melón fresco deshaciéndose en su boca. La nostalgia sucumbe su corazón unido pero frío, el verano no ha siso suficiente como para recordar con nitidez cada ola estrellada, cada pestaña caída, que tantas veces había visto inconscientemente. No se cansaba porque no caminaba. Aunque siempre dormía noche y día. Aunque no tenía hambre. Aunque vivía. (Siempre tenía una razón por la que soñar). Las nubes se han derramado sin consuelo, congelando las paredes de su reino de cristal en lo alto del acantilado. Inconscientemente había visto cada ola estrellada, cada pestaña caída y cada día, ahogada en un baño de lágrimas atascadas en la voz.