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Mostrando entradas de marzo, 2020

Qué irónico

Muero por el hambre  cuando la comida no crece, se deshidrata, se pudre. Te ahorras llorar porque mueres por la falta de agua. Cuando los brazos ya no consuelan, mueres por la tristeza. Cuando el tiempo pasa  y el sol no se oculta, se aproxima, te sonríe. Te escupe  el calor  como el veneno  de una serpiente escupidora. Los árboles tocan suelo agrietado como los pies. Y mueres. Porque ya no cantan por ti. Y porque ya no cantan por mi.  Releyendo mis cuadernos encontré este intento de poema que escribí en 2018. En aquel momento me inspiró la subida de temperatura por el calentamiento global que aún nos persigue. Ahora tenemos otra preocupación que asusta pero no nos detiene, porque ante una amenaza nuestros pies continúan moviéndose, buscando la supervivencia. Y qué irónico decir esto cuando mi texto es poco esperanzador, pero eso sólo es un motivo más para callar esa voz derrotista y demostrar totalmente lo contrario, ¿no?

Escucha sus tripas, se oyen gritos.

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Corre. Tanto como puedas. La mañana está cerca. El Futuro engulle rápido, tanto que se arrancó los dientes para no dejarse nada por el camino.  Se dice que se alió con la Muerte para dar caza a los insolentes que se atreven a desafiar con el pecho descubierto al tiempo. Aquellos que dicen que el miedo es para los débiles son los mismos que se despiertan con el sudor en la frente al sentir la garra fría pero firme aprisionando su cara.  Cuando se dan cuenta, la cuenta atrás había alcanzado su final y son arrastrados hacia debajo de sus camas, y en la oscuridad se escucha cómo una garganta traga poco a poco un cuerpo espantado que lo único que puede hacer es gritar. Y la Muerte ríe. Y la Muerte goza. Pero la Muerte está insatisfecha, no son suficientes los insolentes,  ahora les toca a los esclavos que viven debajo de una constante guillotina. Esa aburrida existencia es el motivo por el cual la Muerte, hastiada, permite que los pobres humanos se multipliquen para

Dientes afilados

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La poca claridad del fuego hace imposible que pueda protegerme de las bestias. Aquí, en el bosque, las ramas parecen garras que se alargan en el suelo cuando las dejo de iluminar y cada paso que doy el sonido de huesos rompiéndose no paran hasta que yo me detengo. Tal vez me estoy emparanoiando otra vez. Seguramente estemos yo y mi conciencia respirando en toda esta oscuridad. Y no sé qué es peor.   Tengo la horrible sensación de que Dios no es el único que esté viendo cómo ando en círculos. La saliva gotea, humedeciendo la tierra yerma. En este bosque de árboles desnudos y hierba humeante sólo quedan las ganas de morder, de oler a sangre corriendo entre los dientes. Tengo la mala suerte de que solo quedemos yo y mi conciencia porque uno de los dos saldrá perdiendo.

Moscas en el estómago

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Hoy el pasado vuelve cuando las defensas están bajas. Cada suspiro es otro motivo para que mi cuerpo se debilite y no para ordenar los pensamientos. Esta vez los anticuerpos no van a ser los escudos que sirvan para frenar la rabia reprimida, ella quiere avanzar hasta arrinconar al corazón entre las cuerdas de las costillas, haciéndole sangrar más de lo debido.  Mientras tanto, el cerebro lucha contra el impulso de las emociones que tratan de acaparar el control de mi cuerpo.  Sé que esta debilidad la he guardado dentro de un sobre demasiado endeble que pretendía quemar, pero eso solo es más que una excusa por no haberme enfrentado al problema en su día.  Entiendo que lo próximo que haga no tenga perdón.

Costuras

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Esto no se trata de un monólogo interior que a nadie le importa, porque ni siquiera hay tiempo como para pensar si es necesario dormir con calcetines agujereados o parejos, o simplemente se trate de la incapacidad de sentir la suavidad de las sábanas cuando están descalzos o incluso estirar y encoger los dedos, enterrándolos en la arena fresca cuando el sol ya se está despidiendo.  No hay tiempo para empatizar . Esta camisa de fuerza que amordaza a mi lengua, se hace bola cuando intento tragar el polvo acumulado por la tormenta de arena, que azota mi espalda cada vez que escupo el mal vivir de mis pensamientos. Esos desgraciados pensamientos son como las flores: atractivas para un romance desde lejos y de cerca infestadas de pequeños insectos que se alimentan de mi buen humor aterciopelado. Pensamientos que no importan a nadie. Y en el fondo no he dicho gran cosa. Argumentos que se mastican como un chicle, argumentos que se hinchan como un globo, argumentos