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Mostrando entradas de noviembre, 2016

Capítulo 4: El final de un próximo comienzo.

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En esta última etapa de este álbum de recuerdos descompuestos quiero empezar reflejando la valentía de un ser que yo puedo ver y que casi nadie lograría entender. Una persona, más que eso, supongo que a quien comprendo y quien me comprende. Sin embargo dudo que sepa de mi existencia aunque me esté observando todos los días con ojos planos pero caracterizados. Dureza. Dolor. Pero esto se lo dedico a él, desde la distancias entre dos mundos completamente distintos. Torturado fue y consiguió afrontar esa amenaza. La desintegró. Sus fuerzas se iban deteriorando a medida que los alicates pulverizaba sus huesos. Pero ahí estaba. Ahí seguía. Y le admiraba. Y él seguía luchando contra su demonio interior nacido por el tormento y el rencor, por su pasado y por lo que es hoy. En este aspecto somos iguales. El autoengaño, la acción de crear personajes con distintos nombres para sobrevivir. Para olvidar. Él ahora parece llevarlo bien, cambió su imagen, pero en el fondo era él, el inoce
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El recorrido es largo. ¿Dará tiempo? Los sueños arden marcando el camino.

Un compañero de viaje.

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Recordar lo que significó el acuerdo de la unión entre un alcornoque y una farola. Complementaban sus diferencias. En días de bochorno las nubes encapotaban el cielo amarillento oculto; ese tono grisáceo oscurecía los caminos pedregosos; la farola iluminaba la tristeza del alcornoque, le ofrecía una vida artificial, una luz como consuelo que no lo salvaría pero que lo acompañaba. En cambio, en días secos y hermosos, ese viejo árbol brindaba sombra y tranquilidad, personas que se dejaban caer en sus raíces sobresalientes, y dormían y soñaban; los enamorados unían sus manos y sonreían, alejados del ruido, las calles y la monotonía. La farola estaba celosa porque lo único que se arrimaba a ella eran las cagadas de los pájaros. Era una escena peculiar. Los pájaros se asentaban en las ramas del alcornoque y animaban el día, la mañana y la madrugada. El silencio del aire se había extinguido. Aquella musicalidad disfrazaría aquella soledad que visitaba a la farola todos los d

11:00 am

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Camino sin caminar con el sol en la nuca, con el aire de cara y las palabras sin voz. Un tren que traquetea, se dirige a un sin fin de raíces; un sin fin de hojas podridas se pegaban en los cristales húmedos por el rocío. Una misma imagen prolongada que cuenta una historia sin movimiento y sin personajes en la tierra. Personajes que vuelan y que se alimentan. Un cuaderno manchado, cosido por el aburrimiento y decorado con recuerdos. 

Paseos diurnos.

Apreciar el color verde acuoso de sus ojos. Se perdían en la carretera atestada de coches, camiones y patinetes, luego volvían al frente encontrándose con otros marrones ásperos y tristes.  Y sin embargo seguía caminando sin decir nada, la música lo dejaba sordo y un tímido «hola» desaparecía en la vergüenza y el desazón. Hasta ahí es todo mi entendimiento. La película regresaba a la montaña y continuaba su cauce a la hora exacta de comer, donde los verdes acuosos se encontraban con los marrones tristones una milésima de segundo y después el viento corría, había alcanzado el mar. La carretera sin coches aburría.

Cosas sin importancia.

Voy mejorando. La otra mañana dejé de pensar, el sueño me aplastaba, me gritaba que desconectara. Era por mi bien. Y le hice caso; fue un minuto escaso pero bonito y a la vez cansado. Después... Vuelta a la realidad. Escuchaba el mismo murmullo día tras día, era lejano y te invitaba a relajarte un rato. En cambio a mi me molestaba, quería extinguirlo. Era imposible porque me perseguía hora tras hora, ese murmullo tenía intenciones de llevarse bien con mis oídos irritados, pero sus frases encantadoramente inocentes (o eso pretendía) me provocaba disgusto. Ya ha pasado una semana y aún no se me quita el picor de su presencia y eso que parece un fantasma porque no lo veo pero lo siento. -El odio es mutuo.    

Los paralelismos son mi vida.

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Una luz. Una lámpara que desprende luminosidad en mitad de la tarde. Aquellas tardes que anochecen a la hora de comer. Y aquellas horas que se perdían mirando a través de la ventana del autobús o mirando al techo buscando las respuestas que se esconden en los bolsillos agujereados.  Un ritmo. Una canción que desprende buen rollo en mitad de una tienda. Aquellas tiendas que intentas encontrar la salida y acabas de precios hasta las cejas. Y aquellas cejas que se arquean al ver un baile cerca de los probadores. La letra es pegadiza. Un hola. Un hasta luego que desprende esperanza de volver a encontrarnos. Aquellas despedidas que parecían un hasta nunca. Y aquellos hasta nunca incumplían su promesa, como la de no volver a escuchar la canción de la letra pegadiza, como la de apagar la lámpara para ahorrar energía.  Y solo espero que esas promesas se incumplan. 

¿Soy yo o por aquí ya había pasado antes?

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En ocasiones olvido y en las ocasiones siguientes lo vuelvo a recordar. ¿Qué es?  A veces dibujo círculos en las paredes y otras veces dibujo cuadrados, perdiéndose mi dedo en las esquinas.  ¿Sigo el camino o me desoriento en el infinito del círculo?  La gran parte de mi tiempo escucho la voz lejana que dicta oraciones largas y dolorosas como látigos cerniéndose sobre mis brazos,sobre mi barbilla. Me encadena con grilletes y miro hacia atrás, no me acuerdo de lo que había antes de cruzar la valla del miedo. El bosque me rodea y camino haciendo círculos. Qué mareo. Qué noche. Qué día. ¿Y qué hay después de eso?  La voz continúa, ahora cansada y delicada, me dice que me duerma pero antes que doble a la derecha, que siga recto, y así, tres veces más.  Me encontré conmigo misma y nos preguntamos si esto era real y si había comida. Qué mareo. Qué noche. Qué día.  Y vaya semana. En ocasiones vuelvo a olvidar a eso que lo llaman conciencia y sí, quiero olvidarle un poco, pero en

Hola mundo:

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Se evaporaban los últimos restos de flaqueza. Una capa duradera puntuaba el dolor en hielo cortado.  Insignificante. La condensación, en cambio, atronaba el mareante impulso de sentir piedad. Un silbido, una señal, un dardo tranquilizante.  El cuerpo se encoge. El cuerpo se desmaya. Y otra capa fina tapa los ojos negros. La mente despierta. La mente sufre una colisión. No sabe mentirse a sí mismo, un antifaz no bloquea las inseguridades y los engaños, los aumenta. La piel siente como toca la pared y cómo se derrumba. Y como las costillas se convertían en polvo. Se evaporaban los últimos restos de dureza. Una capa superflua se deterioraba, puntuaba la fortaleza en uñas cortadas.  Significante. La condensación, en cambio, pegó un chaparrón. Sintiendo frío, sintiendo los latidos.