Paseos diurnos.

Apreciar el color verde acuoso de sus ojos. Se perdían en la carretera atestada de coches, camiones y patinetes, luego volvían al frente encontrándose con otros marrones ásperos y tristes. 
Y sin embargo seguía caminando sin decir nada, la música lo dejaba sordo y un tímido «hola» desaparecía en la vergüenza y el desazón.

Hasta ahí es todo mi entendimiento.

La película regresaba a la montaña y continuaba su cauce a la hora exacta de comer, donde los verdes acuosos se encontraban con los marrones tristones una milésima de segundo y después el viento corría, había alcanzado el mar.
La carretera sin coches aburría.

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