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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Esta noche te volveré a ver

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La misma secuencia de palabras que mis dedos teclean me provoca el doble dilema de amarlo o escupirlo. Y es que, es difícil deshacerse de ellas porque empujan mi pensamiento una y otra vez. Quiero amarlas pero mi cansancio me lo impide.  Quiero odiarlas por el hecho de que apuñalan la libertad de mis sueños, que ya de por sí están encerrados en mi cabeza, cada noche. 20/10/18 Las flores de primavera se habían enredado en mi pelo. Dejaba un rastro de pétalos secos, pisados por los talones de la inseguridad. Me acercaba a un invierno sin chaqueta ni paraguas. Sentía la frialdad del pelo mojado en mi espalda, pero el sol ya no podía hacer nada por mí, se despedía una tarde más. No es cuestión de escribir versos bonitos que enferman con el tiempo,  sino que es un reclamo de calor, el calor de su cuerpo cuando me abraza, el calor de sus palabras dichas en mis oídos, el calor de su sonrisa cuando me despierto. Pero ésa realidad es tan lejana como la distancia en

La trilogía del yo.

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A través de un resquicio que las tablas de madera me regalaba,  entraba un rayo de luz que chocaba directamente contra mis ojos. Pero me sentía bien. Las correas, del sudor y del esfuerzo por soltarme, se habían aflojado mínimamente, por lo menos podía pronunciar un gruñido. Me temblaba el cuerpo, el frío no es una costumbre que se acoge con facilidad, pero entra inconscientemente mientras que el fuego recorría cada agujero irregular que presentaba mi piel.  La madera, ya podrida, se caía a pedazos, dejándome indefensa frente la luna; ella fue testigo del olor a podrido por la infección, que poco a poco salía de las heridas. Se podía escuchar como los huesos se solidificaban, el crecimiento de los músculos queriéndose unir, y la piel besándose, consternando a mi resistencia. A primera hora de la mañana, las correas se habían caído y ya estaba preparada para avanzar.

En proceso de regeneración.

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¿Aún sigue ahí?  Todavía creo en las posibilidades favorables a mi espíritu, desfavorables a mi persona. La mañana, aún oscura, no ha despertado todavía a mi instinto. Camino a ciegas por el sendero iluminado  por luciérnagas, que se asustan por el calor de mi aliento. La soledad me acompaña mientras cuento las hojas que caen y que parecen estáticas en un cuadro con un fondo amarillento claro.  El vaho empaña los cristales de las gafas, simulando la niebla que atenta contra mi seguridad.  ¿Pero qué es lo que veo?  Comienzo a correr hacia los brazos (¿y qué es lo que realmente es?) de un árbol partido, que me araña la cara con la corteza. Y es entonces cuando florece las espinas de mi ira, ensañándose con la corteza a base de mordiscos, hasta que la sangre dibuja pinceladas en las carne viva del árbol. ¿Aún sigue ahí? Me preguntaba siempre.  Después de haber dejado un bosque pelado y de haber duchado mi alma en agua oxigenada, la afirmación llegó a mi corazón. 

Ya no te veo

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Perdón por la tardanza, los pies no respondían, dormían más que mi mente estos días. ¿Y no será que de tanto correr en mis sueños incompletos ya eran incapaces de despertar? ¿Y por qué corría? No me acuerdo. Ahora que estoy aquí, abrázame fuerte porque siento que me desvanezco, siento que la piel se hunde hasta fusionarse al hueso, convirtiéndose finalmente en polvo, manchando los zapatos de terciopelo. Entonces recuérdame como la persona que fui, la que escuchaba canciones y silbidos que traspasaban las barreras del espacio, la que miraba su propio reflejo en los ojos ajenos, y la que quiso que en sus ojos se reflejara la persona que admiraba.  ¿Y qué quedará de mi cuando el viento llegue? ¿Y qué será de ti cuando eso ocurra? - El silbido de mi respiración atascado en tu mirada.