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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Solía escuchar tus sonrisas.

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Tengo un nudo que cuanto más hablo más se aprieta y se endurece, y que me cuesta tragar. Entonces solo puedes escuchar un susurro que mi corazón me chiva a decir: El otro día fui por el camino más largo para llegar a casa, escuchaba música que me recordaba a ti. El tiempo era perfecto, corría una suave brisa, sintiéndome cómoda con la chaqueta. Y entonces me di cuenta la falta que me hacías, porque de unas calles vacías y otras ahogadas por la contaminación, dibujaba siluetas de nosotros con luces de neón corriendo, saltando, o solamente caminando, en un atardecer que se despedía de mí a medida que perdía el sentido del tiempo y del espacio. Y a veces me cabreaba conmigo misma cuando al dormir me quedaba inconsciente en mitad de un paisaje, de un recuerdo, de un hola sin un adiós.  Todo es una subida que baja con fuerza dejándote sin respiración cuando le da la gana. ¿Por qué me haces creer? 

¿Estoy de vuelta?

No se me ha quedado el habla en casa, ni durmiendo debajo de la cama cuando tiene miedo de decir la verdad que la garganta preparaba, con ácido y un poco de saliva para que fluyera mejor. (Pero lo peor no era contarlo sino escuchar la reacción (si la había) ).   Quiero que el viento me lleve y me despeine. Quiero que la lluvia atormente a mi piel un rato. Quiero que el sol seque el tiempo. En fin, quiero vivir.  Quiero sentir la ropa pegada a mi cuerpo y el pelo en la cara. Quiero sentir la tierra mojada. No quiero sentir que los mejores momentos desaparezcan con tan solo cerrar los ojos. No se me ha quedado el habla en casa (se había ido un poco de vacaciones).  (Y de mi boca no salía la crueldad de cada día (diciendo medias verdades) , sino que de mi propio estómago brotaba las carcajadas que se habían estado escondiendo). Y fue entonces cuando llegué a tocar la felicidad con las yemas de los dedos (por un momento) .