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Mostrando entradas de abril, 2018

Pero aún no olvido que

Corría siguiendo a una cometa que volaba sin dueño. Cada vez subía más alto como un globo hinchado de helio. Mi cuerpo no podía estirarse lo suficiente como para alcanzar la cuerda, y es que parecía que huía de mí, volando en zigzag, riéndose de mí, alejándose más de mí.  Sentía cansancio, impotencia.  Sentía el aire caluroso pegándose a mi piel.  Sentía como la sangre se impulsaba con más ahínco desde el corazón hasta los dedos de los pies.  Aquel destello amarillo se había despedido de mí mucho antes de que yo me hubiera dado cuenta. Mi propio temor me lo había arrancado de la mano, ¿o se fue por sí solo? Sin darme cuenta mis pies se habían quedado clavados en el suelo, respiración agitada, ¿y qué más? El sonido de las olas rompiéndose a lo lejos acaparaba toda la atención de mis oídos. No hay nada más.

¿Dónde está?

Imagen
Apretó el mango con la fuerza suficiente como para fundirse en él, como el chocolate derritiéndose en la boca mientras la lengua nadaba entre almendras astilladas.  Con un golpe seco cortó el aire en dos, clavándose el hacha, mordiendo carne. Emergió de la tierra la suavidad del moho alimentado de la sangre derramada convertido en sudor que se extendía hasta donde los pies le permitían caminar.  Arrancó la flor que le salía por la boca, cayendo pétalos sobre los ojos, salpicando la piel de lombrices.  Su cuerpo, esculpido, agrietado. Sin brazos. Blancura, pureza, eternidad.  Podría decirse que tuvo fuerza de voluntad.  Y que la flaqueza desarmó las piezas del orden, coherencia y comprensión, encerrándose en un ensimismamiento donde la perfección era arte que nadie podía ver. A lo lejos (donde siempre estuvo), en una marea de árboles, arbustos, tierra seca y mojada, el moho se convertía en musgo, se extendía por su piel blanca, pura pero agrietada. El sol brillaba de nu