Pero aún no olvido que

Corría siguiendo a una cometa que volaba sin dueño. Cada vez subía más alto como un globo hinchado de helio. Mi cuerpo no podía estirarse lo suficiente como para alcanzar la cuerda, y es que parecía que huía de mí, volando en zigzag, riéndose de mí, alejándose más de mí. 

Sentía cansancio, impotencia. 

Sentía el aire caluroso pegándose a mi piel. 

Sentía como la sangre se impulsaba con más ahínco desde el corazón hasta los dedos de los pies. 

Aquel destello amarillo se había despedido de mí mucho antes de que yo me hubiera dado cuenta. Mi propio temor me lo había arrancado de la mano, ¿o se fue por sí solo?

Sin darme cuenta mis pies se habían quedado clavados en el suelo, respiración agitada, ¿y qué más?

El sonido de las olas rompiéndose a lo lejos acaparaba toda la atención de mis oídos.

No hay nada más.

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