El calor se escapa de los músculos contraídos, besa delicadamente la suave piel amoratada como si se fuera a romper más de la cuenta.
Duerme con los puños cerrados pero débiles, sueña con el dulce sabor de una rodaja de melón fresco deshaciéndose en su boca. La nostalgia sucumbe su corazón unido pero frío, el verano no ha siso suficiente como para recordar con nitidez cada ola estrellada, cada pestaña caída, que tantas veces había visto inconscientemente.

No se cansaba porque no caminaba.

Aunque siempre dormía noche y día.
Aunque no tenía hambre.
Aunque vivía.
(Siempre tenía una razón por la que soñar).


Las nubes se han derramado sin consuelo, congelando las paredes de su reino de cristal en lo alto del acantilado.
Inconscientemente había visto cada ola estrellada, cada pestaña caída y cada día, ahogada en un baño de lágrimas atascadas en la voz.


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