Supongo que el frío no me ha helado la sangre, y que la cordura aún queda arremetida entre las uñas sin carne. Pero una luz tenue me suplica que la siga como una tonta sin lupa.

Y un día especialmente normal los petardos explotaban en nuestros oídos y la gente nos tragaba. A oscuras, atravesando un túnel, aún brillaba esa llave dorada.

Madrid, 08/12



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