Domingo.

Al encontrarme con la ventana abierta, un murmullo lejano captó mi atención: una vibración recorría mi piel, era el buen ritmo de los redobles exigiendo ser escuchados. Mis pasos me llevaron hacia ellos; el escenario era tan cutre como el público quien se atrevía a seguir la letra que cantaba a pleno pulmón el cabecilla de aquella rebelión. Me preguntaba hasta qué punto podía resistir su voz, y hasta qué punto podía aguantar mi estómago, sentía el sufrimiento a cada sílaba que soltaba entre sus dientes alimentados de ira.  Y sin embargo su voz distorsionada me embriagaba. La policía nos rodeó con los coche patrulla y a través de un megáfono que no se dejaba oír por el aumento del volumen que habíamos protagonizado. Nos habíamos manifestado. A cada grito me faltaba el aire, me faltaba la voz que los demás habían recogido por mí. Pude alcanzar a ver a personas en los balcones observando la escena curiosos. Lo último que recuerdo son sus rodillas hincadas terminando el verso en:"salvación."


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