Días y noches. Todos iguales.

Me siento cansada, el calor carga contra mi cuerpo, retrasando sus movimientos y tampoco había aire fresco que facilitara el trayecto hacia mi casa, donde nadie me esperaba, excepto el sonido de las paredes crujiendo, del techo resquebrajándose por el interminable reguero de pasos de elefante, las caída de culo de: sillas, mesas, mesillas, sartenes, cacerolas, cucharas, cucharillas, tenedores, cuchillos, platos, vasos, estanterías, botes, botellas, botellines, armarios grandes, medianos y pequeños, monedas de un euro, de dos, de 50 céntimos, dientes, uñas, pelos, agua derramándose, pis salpicando fuera de la taza del váter, etc. Gritos haciéndose pasar por tonos de habla normales. 

Me sobresalto cuando alguien me saluda desde la puerta de mi habitación.

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