Bésame los párpados.

Suspiro pensamientos y expulso pesares. Mis pulmones, cargados de frustración atormentada, a medida que respiraba empujaban y desplazaban las costillas, aguijoneando la fina piel desde dentro, sobresaliendo al fin, floreciendo rosas rojas en sus bases; en ellas se posaban pájaros que picoteaban la carne del hueso. Las abejas, atraídas por el aroma de las rosas, bebían hasta llenarse los estómagos, cayendo así al suelo por sobredosis. 
Hormigas hambrientas buscaban cobijo en mi tripa; enganchaban sus pequeños dientes contra los gusanos que nacían cada vez que yo perdía un grado de calor. Algunos valientes caídos en la batalla se ahogaban en un mar de bilis y otros alcanzaban la columna vertebral, huyendo, hasta alcanzar mi nuca.
A cada mordisco florecía una rosa y a cada segundo moría otra.

Pero en mi subconsciente quedaba grabado el deslizamiento de los gusanos dentro de mis oídos, masticando mis pensamientos.

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