Sonido grave de gargantas burbujeantes.

Abriendo el baúl de los recuerdos... Mentira. Ya estaba abierta de par en par estos días. Toda mi vida.

Déjame decirte que la simple idea de prender fuego a esa cosa se me ha pasado por la cabeza miles de veces, y ahí está la conciencia para detenerme. Olvidé que ahí se encontraba mis momentos felices, pero con las piedras carbonizadas que se iban apilando, se convirtió en una masa de negrura y escarcha que ha crecido con los años perezosos y a la vez relampagueantes. 

Hoy hablaré del agujero negro, el culpable de que absorbiera tantas moscas y serpientes, tantos sentimientos venenosos que se instalaron en mi corazón, pero aparte de eso, lo suavizaba las colchas de algodón con aroma a suavizante que por lo menos deshacía esos granitos de hielo. 

No hay más que decir que no haya dicho ya. La puesta de sol embellece el panorama, típica escena enternecedora, como si hubiera un final feliz después. Y la hay a veces, pero no en mi caso. Es solo que da comienzo al siguiente acto: el manto de la oscuridad. Numerosas noches acaban en pasionales, eróticas y placenteras; también se reservan para el descanso o para cometer actos vandálicos. 

Muchos sueñan con deseos comunes, y yo también, pero supongo que es el único momento del día en el cual puedo hablar conmigo misma sin parecer extraña, hablar entre susurros, hacer gestos, hacer movimientos raros y nadie se daría cuenta porque en la oscuridad nada se ve, sólo se escucha, sólo se imagina lo peor si tienen miedo o lo mejor si les gusta esa sensación de tranquilidad.  

Ese agujero negro trabaja de día y todo lo que recoge lo expulso por los ojos en la noche. 

Hablando con un amigo me ha hecho recordar a este grupo que dejé de escuchar hace años. Cosas de la vida.












                                                   


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