Noche, querida.

En días como este, el tiempo no se decide si hoy brillar o llorar. Las noches son las que más me consuelan, con su silencio me tranquiliza o incluso hacemos terapia juntas, contándola mis platos rotos del día y cómo me cortaba las manos al recogerlos. Soy demasiado imprudente como para hacerlo con escoba y recogedor.
Al final lo que hacía era limpiarme las manos, el jabón se colaba en las heridas recientes como astillas. Y de qué me servía, las costras hacían su  función pero yo me las arrancaba para ver brotar de nuevo la sangre.

Entonces las noches se hacían insoportablemente largas. Ese era su castigo ¿no?

Aún no he aprendido la lección.



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