El chico del aguardiente.

Que perdure, que perdure la fiesta, que aquí a nadie se le echa de menos; entre bailes y estrellas del clarinete, tu me observas desde la barra bebiendo un aguardiente.

Las risas resuenan en la estancia, ecos sonoros retumban nuestros pechos agitados; la excitación del momento entre cuerpos danzando. Mi falda se eleva dado vueltas, y a cada una que daba, te veía a cámara lenta acercándote.

Los colores se mezclaban, el olor a alcohol se me subía como hormigas trepando hasta llegar a mi cerebro. Dejé de dar vueltas por mi bien, mas no quisiera ensuciarte esos zapatos de marca. No me obligues a mirarte, no quisiera quitarte esa sonrisa de la cara, que mi rostro está manchado con maquillaje corrido.

Susurrar palabras a mi oído no es la mejor opción, y al parecer te diste cuenta. Llevarme al baño como a una cualquiera, eso querías.
Repetirme el recital absurdo de antes y como tonta acepté.

Yo me preguntaba qué estaba haciendo aquí, en este sitio tan oscuro y frío. Aún podía reconocer tu voz, notaba tu sonrisa pegada en mi oreja, intentándome subir la falda mientras yo forcejeaba.

Tu no eras el chico de la barra, quien me invitaba siempre a un aguardiente los sábados a media noche cuando había un cúmulo de gente.

Grité al saber tus intenciones, maldito, mi ropa está hecho jirones, las lágrimas cayendo estaban.

Un ruido yo escuché; un golpe seco, qué irónico, decir seco cuando su cara estaba manchada de sangre. Se estampó en el suelo, paralizada yo me quedé, de fondo yo escuchaba otra voz haciéndome la típica pregunta.

Que termine, que termine la fiesta, que aquí es a ti a quien te echaba de menos; entre brazos yo me encontraba temblando y estrellas iluminando nuestras caras.

Eras el chico del aguardiente, el auténtico.

- Te invito a un café - dijo él.


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