No hay vuelta atrás.

Como el hielo deshaciéndose, la sangre se desparrama por el asfalto; piernas partidas, corazón que no late. Corazones que gritan y se enganchan en las gargantas. El dolor asfixia nuestras ganas de vivir.

Tan inesperado, tan horrendo. Yo aquí culpando a mi destino.

Ahora la claridad de la muerte asusta. Es una realidad. Es la realidad.

Buscar la felicidad suena tan egoísta cuando ellos lloran por otros.

Cómo es que una canción no cura las heridas. Esto no es como antes, el espejo señala a la siguiente víctima descarriada.

Muchos seguían el camino, yo misma di unos pasos por el corredor de la muerte. Quedaba muy poco. Lo abandoné, muchos se quedaron y otros tropezaron ahí sin comerlo ni beberlo.

Sigue el pensamiento de volver pero no puedo. Ya no.

La tormenta aún sacude conciencias apagadas por el buen sueño de las ilusiones, de vivir con los ojos cerrados y sonreír porque el sol calienta sus caras salpicadas de miedos.

Hora de atravesar el tramo con los pies descalzos y sentir las piedras clavándose como mordeduras de avispas.
Triste.
Volverá el momento de cerrar los ojos.

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