Dedicatoria a la muerte.

Nunca te atrevas a entrar en mi cabeza.

Nunca.

En un cuarto oscuro donde las mariposas caen como polillas asesinadas en un armario, ahí estaba yo sin definirme. Escribiste unos decadentes versos hacia mi persona, un reflejo de la curva de mi débil sonrisa martilleaba los muros de piedra caliza.
Los gritos ahogados insertándose en mis oídos provocaban luz en mi alma, la crueldad amortiguaba mi caída. Lo siento por todos aquellos destruidos en el camino.

Carteles de "Se busca", mi precio no es mi cabeza, ni miles de sacos de oro; vaya desprecio si fuese esa la recompensa por matarme.

Quemarme en la hoguera y ver como mis huesos son reales, mi corazón se deshará como los lazos enterrados, ¿en qué? En mantequilla rancia.

¿Y tú qué harás mientras?

El infierno parece una broma convertida en hielo. Si presenciaras lo que estoy viendo ahora, lo que se está clavando entre mis costillas, ya no desearías comer. Crearte una imagen en tu mente sería como llevarte a la tumba lentamente. Dame las gracias por no hacerlo.

Aún así, el renacimiento de una voz desconocida remueve la tierra muerta y desértica. Acariciaba con sus dedos luminosos mi piel oscurecida, ¿Y por qué vuelves? Mostrándome su cara misteriosamente en calma, me inspiraba desconfianza.

Me acompañaba en las largas jornadas del día, bueno, para que mentir, no sabía diferenciar del día de la noche, estaba confinada en la habitación en penumbra. Se me había olvidado como era entablar una conversación con alguien.

Lloré. Verdaderamente doloroso.

Y así es como mi sexto sentido tuvo la desastrosa razón de nuevo, como odio tenerla. Su rostro que desprendía esa luz maravillosamente cálida, pensaba yo que era un ángel. Ahora era un ángel disfrazado de mi alma pasada que yo misma destruí, como las otras que intentaban tirarme por el acantilado o tirarme por un terraplén y yo me adelanté a ellos; pero esta vez fui yo misma la que se apuñaló no por la espalda sino mirándome a los ojos y ver como clavaba el cuchillo en mi corazón.

Me lo merecía.

La cuenta atrás se había desatado desde el momento en el cual me condené, desde que te dejé abandonado sin explicación.(Aún sigo esperando tu perdón).

Me lo merecía. Maldita desconfianza.


En un cuarto oscuro, sólo quedaba en ella las mariposas marchitas a pleno techo abierto.

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