Vuelta sin retorno (III). Los demonios enseñan los dientes.

-¿Me quieres?
-Desaparece de mi vista.

Y se fue. Se dejó caer en alguna esquina de su colorida habitación, dulce contraste. Era de día.

-¿Me deseas?
-Me das asco.

Y se fue. Se encerró en el frigorífico, el olor a ketchup le daba arcadas. Así supo como se sentían los demás. Esperaba que se congelara el tiempo para siempre.

-¿Arriesgarías la vida por mi?
-¿Quieres que te conteste?

Y se fue. A donde no la encontrasen. Corriendo, a la siguiente esquina se cansó.
Alguien se la acercó. Dudó.

-Déjame sola.
-Yo te cuidaré.

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