Inconexo

El tiempo intocable deshilachaba la tela que amamantaba a mi buena conciencia, sin embargo, tenía frío. Mis pies descalzos dormían a la intemperie en el espacio vacío entre la cama y el armario.
Yo no me daba cuenta. No me importa.
Seguía con los ojos cerrados, viviendo el cuento de mi vida improbable. Sentía el calor de mi corazón, a veces, latiendo más deprisa al llegar al clímax: la piel se erizaba, la satisfacción me inundaba, incluso las pestañas vibraban de emoción.
Las costillas se encogían.
El suelo transformado en un mar truncado de espinas de colores. Este corazón malherido se cansaba.
Nadaba. 
¿Y por qué lloraba? 
Frío.

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