Lo recuerdo:

Los días pasaban como una cascada que no cesa. El sol impactaba sobre mi piel pálida; el tono rojizo quizás ocultaba el verdadero sentimiento de vergüenza y desamor. Descubrí que el flequillo no tapaba la realidad a lo que mi corazón podría soportar, y verte la espalda junto con otra más delgada se me partía el alma.
Era una época de camisetas cortas que se ajustaban por encima del ombligo, pero únicamente la lluvia caía sobre mi paraguas. 
¿Sabes cómo se llama la palabra que se me escapa de la boca? 
Aquella que une el todo con la nada.
Aquella que me desespero por encontrar y lanzar como una bomba, bombardeando las incesantes comeduras de cabeza. Cuando, al fin, te volví a ver entre maletas y camisas del revés.
Escuché el silbido de los pájaros cantar, el retumbar de mi corazón latiendo contra mi pecho.
Esa palabra se llamaba ilusión. Ilusión por equivocarme, y que saliese de tu boca que recorriste con el dedo la suela de tu zapato sin necesitar buscar miles de razones para haberme elegido a mí.

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