Paradoja.

A veces uno se ahoga en un río que no cubre pero que es arrastrado, las piedras del fondo araña las plantas de los pies, las rodillas y la esperanza de vivir. El agua dulce te deja seco, las burbujas de oxígeno se escapan de la boca. 
Un pitido irritante se prolonga. Un adiós que llega. Y una mano que te socorre. 
A veces quien te salva son tus propios demonios. ¿Por qué será? 



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