Tal vez esto no acabe.

Ojalá poder escribir historias de amor y ser protagonista, pero mis finales siempre son agridulces. 

Hoy vengo a contar la historia de mi vida. Me estoy emparanoiando, no puedo caminar recto. Tiendo a mirar atrás porque siento que alguien me está siguiendo. Cuando me doy cuenta, tengo un muro delante de mí.
Miro a los cuatro costados y el muro se extiende sin fin. Me quedé atrapado en mi paranoia otra vez. Al pedir ayuda mi voz falla y un fino hilo estrangula mi garganta. No puedo casi ni tragar.

Perdóname por no creer tus palabras pero ya vivo demasiado en un sueño idílico como para que alimentes más al monstruo que vive dentro de mi cabeza.

Me pides que confíe, que puedo hablar pero no llorar en tu hombro. 
Me pides que no piense demasiado, que no merece la pena perder el tiempo en derrumbarme porque la vida es demasiado corta que es hasta capaz de dejarme con la palabra en la boca.

Esas son las excusas que siempre encontré sentido, pero que enmascaraban las tragedias de una comedia que cada vez tenía menos gracia y más lágrimas en la voz.

Pero si yo no me preocupo, ¿quién más lo hará?

Te pido demasiado.

No hace falta que hables para saber que esa mandíbula en tensión signifique que estás mordiendo las ganas de explotar.
No hace falta que digas lo que estás pensando porque cuando miras a la nada sé que estás soñando despierto.

Y cuanto más pregunto,
menos sé de ti.
Me lo merezco.
Me he emparanoiado pensando que
era culpa mía,
pero en realidad,
eras tú el que no está preparado. 



Comentarios