Flores secas.

El agua caía como lluvia de mayo en noches bochornosas, arrastraba a su paso papelillos y envoltorios de chicles, pegados en las suelas de zapatos mal cosidos, hacia agujeros de entre las paredes agrietadas.
Cuerpos descompuestos con caras pegadas al fondo, ahorrándonos el mal sabor de boca que producía el eco del vómito a medio escupir (o a medio tragar) si sus ojos nos observaran sin mirar. La blancura de la pureza rota se vio hundida por el vivo tono azulado de las venas que se marcaban en la piel mordida por el asfalto.
El desastre había acabado con el recuerdo y la vida de los ojos ahora ciegos.


Un sentimiento de culpa universal que no demuestra la verdad de lo que el corazón realmente siente.
Frialdad. 
Egoísmo.

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