La historia del problema sin resolver.

Resuelto ya el problema del alcohol y las drogas, mi sistema respiratorio vuelve a la feroz normalidad, ya no me ahogo cada vez que bebo un chupito de agua al día.
Yo antes, cuando desayunaba vodka con galletas, acababa siempre tirado en el sofá como si el cansancio me volviese a pesar, y eso que dormía mis cuatro horas correspondientes.

El caso es que yo ni siquiera sabía cual era el sabor del agua. Ya no recordaba que cuando tenía nueve años siempre a la hora de comer había encima de la mesa agua y pan. Eso para mí no era suficiente.

Como cualquier niño de esa edad, se escapaba para pasar un rato con los amigos de siempre.

Un día cuando estábamos comiendo pipas que Fran había comprado para los tres que estábamos; se nos acercó un chico más mayor que nosotros, nos sacaba dos cabezas por lo menos.
Se dirigió a mi con una bolsecita blanca. Me dijo que estaba demasiado pálido en verano y que con eso me volvería la sangre a las venas. Yo claro, le miré con cara de desconfianza, pero me ofreció una oferta que no podía rechazar.
Era gratis. Por lo menos la primera bolsita.

En esa época, en cierto modo me sentía desfayecido así que acepté. Mis amigos me miraron antipáticos y se alejaron, no querían saber nada sobre el tema.

El chico se sentó a mi lado y me dijo que esto se tenía que aspirar por la nariz. ¿Aspirar eso?, pregunté. Sacó un poco e hizo una demostración.
Cuando me tocó a mi la primera vez tosí y el se rió a carcajadas, ya me acostumbraría me dijo.

El caso es que solucionó mi problema, me sentía más vivo que antes. Pensaba que la vida era eso, una estupidez y que tenía que disfrutarla a mi modo de empleo.

Recuerdo que a los quince años me volví loco cuando aquel chico le vi morir delante mía con una sonrisa pegada en su cara pálida.
¿Qué haría yo sin mi proveedor?

Entonces me di cuenta de que el alcohol era incluso más barata y aunque mi padre no me quiera ver por su santa casa, eso me daba igual, por lo menos no iría a la cárcel por ser cómplice de ocultar su pederastía. Ese hombre daba cariño a aquellas niñas que pasaban por su panadería.

Sin embargo mi madre siempre me perdonaba, me susurraba en el oído: «sé que te darás cuenta tarde o temprano».
No sabía a que se refería.

Con todo esto que estoy contando ya me tacharéis de delincuente, drogadicto y borracho, y sí, lo era. Lo era.
Ahora que tengo veintiocho años me di cuenta de lo que mi madre en realidad decía. Me golpeó durante años mi error principal: mi ingenuidad.

Pero ya resuelto el problema del alcohol y las drogas, ya puedo decir que ya estoy libre de pecado. Dios me perdonará y me dejará pasar al cielo.


-¿Doctor, usted cree que mi hijo algún día se recuperará?

- Ahora mismo está en una situación de deliranza.

- Entiendo...Para mí fue muy difícil criarle yo sola cuando mi marido murió en un atraco en su tienda cuando tenía diez años.- Unas lágrimas recorrieron sus mejillas insípidas.

El doctor la miró con expresión interrogante.- No con cuerda,¿ por qué dice él entonces que su marido es un pederasta?

- Solo se lo ha inventado el chico. Mi marido le daba caramelos a cualquier niño que compraba en su tienda. Nunca obtuvo el cariño de su padre, ¿entiende?

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