Envasado al vacío.

Esto no es cosa de suerte.
Me desperté pensando que al fin había desaparecido entre los escombros de mi castillo (de naipes), pero, desafortunadamente, el corazón no había reventado como un globo de agua que estalla en camisetas secas y movidas por la presión del aire. 
Mi espalda había experimentado ese escalofrío por el roce de la suave brisa, ¿o era un soplido? Que se me antojó agradable.
Y melancólico. 
Había traspasado las diferentes umbrales del sueño para enfrentarme a la muerte, compuesta por su nombre de doble filo, que iba a adormecer este cuerpo sepultado. Dejé mis huellas al golpear con las palmas la puerta. Lo llamé. Varias veces.
Nadie abrió. 
Mi corazón no había reventado. 
¿Debería de agradecer esta tercera oportunidad?


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