Día 3: Tempestad
Conseguí quitarme de encima el calor que incendiaba mis orejas, porque lo que no podía soportar era el susurro envalentonado, que corría escurridizo de boca en boca pero con una misma intención.
Había una sensación que se escapaba de mi control.
Y esa era la ira, que quemaba periódicos viejos y derretía velas que olían a canela. Dentro de mí ardía una casa que acogía a mi buena voluntad mientras yo observaba trenes yendo y viniendo.
Por la boca expulsaba el humo convertido en vaho y las cenizas en calima.
Pisaba con fuerza porque las rodillas no respondían. Una gota, otra y otra, caían desde lo alto, calmando mi ser, ocupando mi mente de música sin letra.
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