¿Dónde está?

Apretó el mango con la fuerza suficiente como para fundirse en él, como el chocolate derritiéndose en la boca mientras la lengua nadaba entre almendras astilladas. 
Con un golpe seco cortó el aire en dos, clavándose el hacha, mordiendo carne. Emergió de la tierra la suavidad del moho alimentado de la sangre derramada convertido en sudor que se extendía hasta donde los pies le permitían caminar. 
Arrancó la flor que le salía por la boca, cayendo pétalos sobre los ojos, salpicando la piel de lombrices. 
Su cuerpo, esculpido, agrietado. Sin brazos.
Blancura, pureza, eternidad. 
Podría decirse que tuvo fuerza de voluntad. 
Y que la flaqueza desarmó las piezas del orden, coherencia y comprensión, encerrándose en un ensimismamiento donde la perfección era arte que nadie podía ver.

A lo lejos (donde siempre estuvo), en una marea de árboles, arbustos, tierra seca y mojada, el moho se convertía en musgo, se extendía por su piel blanca, pura pero agrietada. El sol brillaba de nuevo, sumergido entre las ramas caídas que una vez fueron pilares, los pétalos secos tapaban sus ojos vacíos incapaces de ver otra vez. 

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