Dientes amarillos

Frío.
Se ata la piel al cuello, cubriendo la ferocidad del hambre por el poder. Aquel cuero que (una vez) envolvía a ese esqueleto despellejado, y que con el tiempo se había ido desgastando, vistiendo la desnudez, tapando las voces que se retorcían entre las costillas, trepando por la columna vertebral hasta asentarse en la cabeza hueca.
Castañeteaban los dientes, movidos por le viento.
Sin embargo, no le tiemblan las rodillas, ya no.
Ahora se sienta en el trono compuesto por lenguas cortadas, embalsamadas en miedo. Tiene los mismos ojos cegados por la codicia, que una vez ansiaban ver cerrada la brecha.
Frío.
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